Entradas

Mostrando entradas de febrero, 2015

Destroy.

Estoy enamorada de un fantasma. De uno que jamás será, que desde un principio se negó a ser, y que ahora permanece agazapado entre las sombras, escondido, recordándome sin necesidad de hablar, que yo jamás volveré a estar completamente reconstruida. Lo evoco como aquél recuerdo feliz de un amor que parecía destinado a conquistar este mundo y todos aquéllos esparcidos por galaxias infinitas. Como ese recuerdo incierto, pero a la vez tan real y vívido que aún puedo sentir como se me escapa de entre los dedos, como humo que jamás debió llegar a mi. Un último suspiro, y todo habrá acabado. Una última bocanada de aire, y todo morirá. Y me pregunto si es lícito, a la par que sano, que yo no quiera que desaparezcas, incluso cuando que lo hagas, lo salvará todo. He llegado a ese punto en el que prefiero acabar derruida y destrozada, que alejada de ti. ¿No es acaso, de locos?  Y aun así, aquí estoy. Rodeada de todo aquéllo que te trae ante mi como la figura etérea desprov...

Let him go.

Te dejo ir porque es lo que necesitas. Te dejo ir porque es lo que mereces. Te dejo ir, porque nos quiero demasiado como para pedirte que te quedes. Demasiado, como para hacerte esa putada. Y aunque a ratos duele, más sana que daña. Porque tú eres feliz, y yo disfruto de tu dicha. Porque ya no volverás a estar triste mientras esos brazos sepan curarte las heridas. Y sonríes, y eso anestesia cualquier sentimiento de pérdida. Cuando te echo de menos, recuerdo que aún te tengo; no del modo que desearía, pero joder, cuánto te quiero...

Soledad.

Aquélla que te ataca pero que, extrañamente, no te duele, ni te afecta. Sólo arremete contra ti, y tú no puedes hacer más que recibirla con los brazos abierto porque, en el fondo, y de manera recóndita, es lo que siempre has necesitado. Soledad. Porque ya estás harta de escuchar cómo los demás creen saber lo que te ocurre, y se erigen portavoces de unos sentimientos que tú no estás dispuesta a dejar que nadie controle. Incontrolable.   Esa es la palabra que mejor te define. Indómita, salvaje y triste. Solitaria, letal y real, agasajada por pensamientos que no te dejan caminar hacia delante, y que sólo te hacen pisar el freno y dar marcha atrás hacia un pasado del cual, tú lo único que quieres hacer, es deshacerte. Nunca elegiste sentirte así, y sin embargo ya no concibes vida sin hacerlo. Porque sabes que si te despojas de lo único que verdaderamente te pertenece, dejarás de ser tú misma para convertirte en el títere sin cabeza de los sin-corazón. De aquéllos que...

Eres mi parada de tren favorita;

mi único tren. No importa las veces que te vayas. Siempre vuelves a mi. Subo a todos y cada uno de tus vagones, te recorro y me pierdo entre todas aquéllas palabras que sé que muere poder decirme, y que aún así, callas. Me transformo en todo aquéllo que juré no volver a ser, porque tú te conviertes de nuevo en esa pieza clave que me falta a cada paso, y que me completa como la última de todo este rompecabezas. Te quiero incluso cuando haces parada en el olvido. Cuando me dices que te supere, como si te trataras de un obstáculo insalvable, y no del pedacito de corazón que me falta. Pero siempre seguirás siendo mi parada de tren favorita.  Incluso cuando tu tren salga con retraso, y me hagas esperar en el frío y el hastío. 

Crash.

Jamás volveré a ser completamente mía, porque a demasiado ratos, soy enteramente tuya. Y aún sigue escociendo saber que dependo de ti más de lo que quisiera admitir.  Que tus sonrisas son el único cuchillo capaz de arrancarme el corazón de una sola tajada, y tus ojos son el único precipicio que querré saltar una y otra vez porque sé que en el fondo de esas cuencas insalvables, tú me esperas. Es tan perturbador entender que, al final, ni tú ni yo aprenderemos a no querernos mientras estemos necesitándonos en formato secreto. Es tan doloroso discutir por quién quiso más a quién, por quién salvó más a quién... Cuando el amor, en todas y cada una de sus facetas destructivas, ya se nos quedó demasiado grande.

Huida.

Siempre he sido mi propia carrera contrarreloj en busca de una salida a todo lo que me hacía daño. Estaba tan acostumbrada a sembrar sobre roto, que la sola idea de que alguien quisiera cultivar sus esperanzas en una persona como yo, tan desidia y escombro, me producía pavor. Un terror absoluto. Y huía. Jamás volvía la vista atrás. Huía sin esperar por una mano que me retuviera o unos labios que me susurraran 'quédate.' Huía, porque era lo único que sabía hacer. Y, ¿sabéis? No dolía. Era lo único que no me hacía daño. Huir. La soledad era lo único capaz de curar mis vacíos, regenerar las partes rotas que había ido coleccionando a base de decepciones y llenar mis huecos. La total independencia de mis emociones era lo que me mantenía a salvo. Desenterrar mi fuerza fue lo único capaz de desterrar mi miedo atroz a desgarrar mi propia entereza. Desterrar mis demonios, fue lo único capaz de enterrar para siempre las cicatrices. 

¿Qué nos hace ser lo que somos?

A lo largo de toda nuestra vida, nos enseñan qué debemos amar, qué debemos odiar, y qué debe crearnos total y absoluta indiferencia.  Pero jamás nos dicen cómo tenemos que hacerlo; nunca nos avisan de cuánto puede doler el amor, ni de cuanto el odio y la indiferencia pueden rasgar la entereza de una persona. Entonces, alguien, en algún momento, en su circunstancia concreta, me pregunta que qué es aquéllo que nos hacer ser lo que somos. ¿Sabéis lo que yo pienso que nos hace ser quienes verdaderamente somos? Nuestra libertad. Nuestra capacidad única, total y libre, de elección. Porque nosotros decidimos a quién entregarle nuestro corazón. Decidimos por quién sufrir y decidimos hasta qué punto hacerlo. Y eso nos hace ser humanos, independientemente del dolor, la pérdida o la huida. También decidimos a quién odiar. Decidimos qué personas son tóxicas; a quiénes cerrarles la puerta de todo lo que suponemos, porque el final puede verse a leguas. Vacío, y triste. Decidimos ...