domingo, 9 de mayo de 2021

Rebirthing

 El principio de todo lo que conozco se quedó pequeño cuando empezaste a existir. Cuando tú descubriste mi mundo, o él te descubrió a ti.

Vagué de vacío en vacío sin pensar en las consecuencias de todo lo que guardaba dentro; viví mentiras y desoí verdades pensando que aquello me curaría; conocí nieblas y sombras y confíe en sus promesas, aún cuando sabía que todo aquello me conducía de lleno a una trampa sin retorno.

Pero entonces, desperté. Sin finales. Sin túneles.

Tu luz no me cegó. Me salvó.

Y ahora siento que soy invencible. Insondable.

Me reflejo en los ojos del miedo, iridiscente.

Y no dejaré que ningún abismo, por más oscuro que sea, vuelva a cambiar eso.

domingo, 21 de febrero de 2021

Soy defectuosa.

 No soy lo que se espera de mi. Nunca parezco ser suficiente. Y os juro que lo intento. Intento ser todas y cada una de las personas que debo ser en distintas situaciones. 

Intento ser la que acoge. La que tiene el hombro disponible a todas horas para cualquier alma que quiera llorar.

Intento ser la que anima. La que sabe qué palabras usar y de qué forma decirlas para animar cualquier corazón.

Intento ser la que ríe. La que contagia alegria y júbilo ante circunstancias adversas porque joder, la risa puede llegar a curarlo todo, o al menos se acerca.

Intento ser la que ama. La que ante cualquier situación, por encima de cualquier cosa, entrega todo su ser a otros sin pedir nada a cambio, porque así concibo yo el amor.

Intento ser la que guía. La que ayuda a aquella personas que se sienten perdidas. Intento ser Faro de Alejandría.

Pero a veces, mi mecanismo falla. Algo en mi se quiebra. El motor deja de funcionar. Los engranajes chocan entre sí de manera equivocada. Estoy rota.

Y no puedo pedir perdón por ello. No quiero. No debo.

Porque puedo permitirme romper en pedazos al menos una vez en la vida. Quiero permitirmelo. Debo hacerlo.

sábado, 6 de febrero de 2021

Empezó siendo un error, de esos que todos alguna vez hemos cometido. 
Me cegó la codicia. Ansiaba tenerlo.
Tanto, que olvidé dejar de nuevo el corazón en esa caja pandoriana que siempre había velado por mi, que nunca dejaba que me astillase.
Me llamé tonta. Me creí perdida.
Entonces lo vi.
 Lo curioso es que ya nos habíamos mirado antes, pero no logramos vernos. Habíamos empezado la partida con una venda en los ojos. No podíamos ganar. No sabíamos hacerlo.
 Pero ahora lo veía. Ahora si podía verlo.
 Y lo que vi...lo que vi me rescató del infierno.
 Alcé las manos, deseosa de aquél tacto que sabía que podría reiniciarme. Alcé la mirada a esos ojos de color tierra fértil, preparados para ser sembrados sobre todo aquello que estuviese roto. No los miré.
 Los vi.
 Y por eso ahora estoy a salvo.

jueves, 14 de enero de 2021

El abismo me miró tanto tiempo a los ojos que acabó cayendo en mi propio infierno. Ya nunca volvió a surgir. Ahora él, era yo.

domingo, 15 de noviembre de 2020

#

Nunca he estado muy cuerda. Es un hecho. Lo es, si estarlo implica ser una más del vagón. 

La que no grita ante una injusticia o mira hacia otro lado cuando alguien la necesita. La que observa el mundo arder y se enciende un cigarro con las llamas mientras la tierra llora. La que disfruta del sufrimiento ajeno porque, claro: 
si les pasa a ellos, no me pasa a mi. 
La que todo el rato se refugia tras la máscara de mediocridad a la que nos acostumbran desde pequeños, porque si sobresales, eres raro. La que maquilla sus palabras para agradar a todo el mundo, o la que adorna sus deplorables actos con aquella cantina de 'es que yo soy así'. La que camina por ese precipicio al que llamamos vida de puntillas, por si acaso, como si el hecho de arrasar con cada piedra, canto o grieta no fuese el sentido mismo de vivir. 
La que no tropieza jamás con el mismo dolor porque es de débiles; la que no se permite llorar jamás.

Es cierto. Nunca he estado muy cuerda. 
Y así es como sobrevivo.

sábado, 5 de septiembre de 2020

Vuelvo.

Siempre vuelvo.

Al principio de lo que fui, al comienzo de ese limbo; lleno de ninguna certeza y muchas dudas que dejé de poder ver al abrir los ojos.

A la desazón por lo conocido, al asombro de lo que aún no conocía y al cobijo de lo que acabaría siendo.

Vuelvo a mi.

Siempre a mi.

Y escribo por puera inercia porque jamás pude controlar ese anhelo. Tatúo cada palabra con tinta muy negra aunque sé que va doler.

Entrego mi corazón a sabiendas de que jamás va a volver.

martes, 12 de mayo de 2020

Impostor.

Soy una impostora. Una máscara constante de parafernalia y felicidad que esconde el dolor tras la sonrisa. Una farsa. Nunca quise ser así de hermética, y sin embargo todas y cada una de las decisiones que he ido tomando a lo largo de mi vida me han convertido en este témpano de emociones congeladas que le teme más a la luz que al abismo. Abismo. Al que miro con ojos entornados por temor a acabar convirtiéndome en él, y que, irónicamente, parece ser el único lugar donde sentirme a salvo.

Le pregunté tantas veces que quería de mí… Inundó todas mis dudas de silencio. Un silencio que quemaba más que cualquier brasa, y que me recordaba de la más dolorosa de las maneras que la soledad, a veces, es la única salida. 

martes, 28 de abril de 2020

Te reproduje en bucle por miedo a perder aquello que nos hizo ser nosotros. Memoricé el sonido de tu voz, tu manera de caminar, tu risa... Hice recuento de todas las veces que nos fallamos movidos por el terror a no ser suficientes, a no merecernos. Anudé el corazón por si no te volvía a ver.

Intento buscarle explicación al nudo en el pecho. A la mirada ausente. Al desconcierto. Intento por todos los medios humanamente disponibles comprender por qué sigue quemando.
Supongo que hay brasas que jamás dejan de arder.
Supongo que, como el cielo, hay fuegos que son infinitos.
Amé el amor desde la primera vez que lo sentí. Cada recoveco, cada vivencia. Cada día.
Pero también aprendí a amar cada hueco vacío, cada ausencia. Cada huída.
Comprendí que, para amar al amor, también debía amar cada una de sus facetas destructivas.

martes, 9 de julio de 2019

Durante toda la vida nos sueltan ese absurdo sermón, ese dogma ingrato de que ya encontraremos a alguien a quien que amar y que nos ame por lo que somos, por todo lo que tenemos dentro. Que será como una señal de un dios que ni siquiera sabemos que existe, un rayo que atraviese nuestra cabeza y derrita nuestra caja torácica de tal manera que nos abrase el corazón, derritiendo por completo cualquier sentido común que pueda hacernos caer en la cuenta de que, en realidad, el amor no es ninguna fuerza de la naturaleza que cae del cielo; el amor, no es un jodido milagro divino. El amor, joder, no es ninguna bendición. Te rompe, te hace pedazos. Nadie viene a sostenerte cuando hay partes de ti que jamás se recuperan. Al final de ese túnel, nadie te salva.
Os lo dice una chica que amó y sobrevivió. 
Uno nunca regresa ileso del lugar donde dejó el corazón.

Rebirthing

 El principio de todo lo que conozco se quedó pequeño cuando empezaste a existir. Cuando tú descubriste mi mundo, o él te descubrió a ti. Va...