Amé el amor desde la primera vez que lo sentí. Cada recoveco, cada vivencia. Cada día.
Pero también aprendí a amar cada hueco vacío, cada ausencia. Cada huída.
Comprendí que, para amar al amor, también debía amar cada una de sus facetas destructivas.

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Siempre he sentido una atracción irremediable hacia aquello que sabía que estaba destinado a destruirme, un gusto voraz por lo roto y lo astillado.