De sus manos, suaves, las que son capaces de acariciarme hasta el alma cada vez que me tocan. Y me sano. Porque su abrazo es la cura a cualquier mal.
De su boca, maldito vicio su boca, que me consume cada vez que posa sus labios sobre los míos; que me transporta a lugares que jamás otros podrán conocer porque nadie besa esos labios con la ferviente pasión que yo guardo aquí dentro.
De su cuerpo. De toda su maravillosa anatomía que me envuelve y me enloquece, que se funde conmigo hasta casi desaparecer. Hasta casi ser uno.
De su fuego. Del que desprende cada vez que me roza, que me lame, que me vibra. De esa llamarada que somos cada vez que nos miramos.
Enamorada de su ego, de su juego, de su risa, de su vida, de su infierno.
Enamorada de su averno.
Enamorada de él.