Durante toda la vida nos sueltan ese absurdo sermón, ese dogma ingrato de que ya encontraremos a alguien a quien que amar y que nos ame por lo que somos, por todo lo que tenemos dentro. Que será como una señal de un dios que ni siquiera sabemos que existe, un rayo que atraviese nuestra cabeza y derrita nuestra caja torácica de tal manera que nos abrase el corazón, derritiendo por completo cualquier sentido común que pueda hacernos caer en la cuenta de que, en realidad, el amor no es ninguna fuerza de la naturaleza que cae del cielo; el amor no es un jodido milagro divino. El amor, joder, no es ninguna bendición. Te rompe, te hace pedazos. Nadie viene a sostenerte cuando hay partes de ti que jamás se recuperan. Al final de ese túnel, nadie te salva.
Os lo dice una chica que amó y sobrevivió. 
Uno nunca regresa ileso del lugar donde dejó el corazón.

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