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Mostrando entradas de diciembre, 2017
Creíamos en el amor roto. En los recovecos en el corazón como firme sentencia de muerte por latidos. En la condena eterna de dos amantes destinados a encontrarse en un camino de karma constante, de daños colaterales, de martirios interminables, de calamidades, de vacío y huecos. Creíamos en el dolor. Por eso fue tan puro encontrarnos. Volver a ver el fuego de los que veían de nuevo el calor de un abrazo en los ojos del otro. El refugio. El hogar. Construimos ladrillo a ladrillo un fuerte tan poderoso y resistente que desde fuera todos observan con recelo y cierto desaire. Somos tan tú y yo juntos, que podemos ser cualquier cosa.
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Volátiles. Así eran antes de conocerse. Distantes, equidistantes. Cambiantes y rotos.  Volaban demasiado alto sin que eso fuese malo, pero casi nunca se quemaban porque su fuego no ardía con la pasión de un corazón que ama.  Demasiado ocupados con esos pájaros que no les dejaban ver. Totalmente cegados por la máscara. Cabizbajos. Diezmados. Cenicientos y dañados. Tan queriendo huir pero sin ir a ningún sitio realmente. Atrapados en el bucle del no retorno, de los besos emponzoñados y las mentiras enbadurnadas en falso amor. No fue hasta que se encontraron que vieron el destello. No fue hasta que se miraron, que volvieron a creer.
El latir de una rosa al florecer de nuevo. Así me siento. Nueva. Reluciente. Ya no caigo. No soy la inercia de ese acantilado en punta que ve como sus afilados picos caen sin descanso hacia una muerte casi segura. No soy huida. No soy el descenso a los infiernos que creí sentir en mis venas aquellas noches oscuras en las que la única salida que encontraba a mi dolor era no querer seguir existiendo. Ahora, soy lucha. Soy todo aquello que amo. Soy el sonido de la risa de mi madre. El abrazo de mi abuela cada cumpleaños, o la mirada llena de amor de mi tía cada vez que siente orgullo por mi. Las caricias de mi pareja, sus manos cada vez que sus palmas se posan sobre mi y la corriente eléctrica que me produce su tacto cuando me atraviesa la columna vertebral. Ahora, soy vida. Y me siento viva. No quiero volver a los tiempos en los que todo era yermo y seco, tierra seca donde sólo podía sembrarse caos y dolor. Sólo quiero seguir existiendo en un mundo donde s...
Nos tenemos. No somos verbo conjugado en ninguna forma. No salimos de la pluma de Bukowski ni de ninguna letra de Sabina, y sin embargo nos queremos con la misma intensidad que desgarran sus poemas y destilan sus canciones.  Y aún nos preguntan si nos queremos. Cómo si pudiéramos hacer otra cosa en este estúpido mundo que no fuera eso. Y nos miramos, y sanamos. Y cuando todo son dagas, y cuchillos llenos de veneno y dolor, nosotros somos la cura del otro. Y cuando todo lo demás conspira para separarnos, nosotros somos nuestra casa. Tú, y yo.  Podrán volver los tiempos en el que el dolor parezca eterno; en el que la oscuridad parezca no tener fin y el final parezca finito. Pero te prometo, amor, que en todos los caminos, estaré contigo.
Caída en picado. En eso me convertí. En un descenso constante al infierno. Era la crónica constante de mi propia muerte anunciada. El titular en negrita del periódico que cada mañana reposaba en el resquicio de las puertas. "Ya no va a volver". Y no lo hacía. Jamás regresaba. Era la huida sin retorno de la que se va con el miedo a mirar atrás y verse reflejada en los ojos de quienes creyeron que se salvaría.