Creíamos en el amor roto. En los recovecos en el corazón como firme sentencia de muerte por latidos. En la condena eterna de dos amantes destinados a encontrarse en un camino de karma constante, de daños colaterales, de martirios interminables, de calamidades, de vacío y huecos.
Creíamos en el dolor.
Por eso fue tan puro encontrarnos. Volver a ver el fuego de los que veían de nuevo el calor de un abrazo en los ojos del otro. El refugio. El hogar.
Construimos ladrillo a ladrillo un fuerte tan poderoso y resistente que desde fuera todos observan con recelo y cierto desaire. Somos tan tú y yo juntos, que podemos ser cualquier cosa.
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