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Mostrando entradas de noviembre, 2017
Las chicas fuertes lloran, y están en todas partes. Sentadas en la parada de autobús más cercana, o haciendo cola mirando sin mirar en la entrada de cualquier cine. Paseando a tu lado por la calle, en la última fila de clase, aquí. Pueden sonreír entre una multitud que finge querer de verdad, y aún así será su sonrisa y no ninguna otra, la que reluzca entre tanto corazón vacío. Y también puede que a veces callen demasiado y lo escondan todo por miedo a volver a sentir dolor, y al mismo tiempo alejen todo aquéllo que las hace felices porque no creen merecerlo. Las chicas fuertes son una contradicción constante, cambiantes, distantes; son luz y oscuridad a partes iguales, y no cualquier incauto puede entender esa dualidad y salir vivo de ella. Tienen el alma hecha de metacrilato, y las lágrimas pesan. Las chicas fuertes lloran. Ellas. Y no les importa lo más mínimo mostrarse vulnerables, porque por dentro tienen la maquinaria necesaria para no rendirse jamás.
Yo soy mi parte oscura. No hay pequeñas rendijas a mi alrededor que dejen que se cuele la luz.  No.  No hay luz. Ni filtros.  Yo soy mi parte más oscura. La lucha constante entre el dolor y la pérdida. El horror de saberme muerta por dentro, putrefacción y ganas límites de acabar con todo. El descorazonador pensamiento de que nada jamás será suficiente para paliar el llanto. Soy todo lo que nunca fui y lo que jamás seré por miedo a intentarlo; por el miedo a cavar mi propio desierto estéril y que nadie me salve. La que lucha contra los demonios ajenos y acaricia a los propios. La que se revuelca en su propia mierda mientras batalla día a día por rescatar a los demás del vacío. Esa soy yo. La que se tira voluntariamente por el hueco de ascensor. La que se lanza con los brazos abiertos por cualquier acantilado con la seguridad de que así acabará abrazando la paz. La que cierra los ojos deseando no volver a despertar. Pero despierto. Y vuelvo a no reconocerme...

Él.

Era todo aquello que siempre me había dado miedo.  El aleteo desbocado de un corazón sin tregua. Los ojos oscuros de quien ha visto demasiado y aún así, se queda. El puente a medio hacer entre lo adecuado y el deseo. La lucidez del que se vuelve loco y la locura del que se cree cuerdo. El amor en los tiempos del "nunca será suficiente". El amanecer lacónico de una mirada que no encuentra su hogar. El desierto que son sus manos al no hallar la piel correcta. El acantilado de emociones contenidas que atraviesa su tráquea. La rotundidad de su voz al gritar mi nombre. Era todo aquello que me erizaba la piel y me dejaba en estado de alarma. ¿Y si no volvía a verlo? ¿Y si jamás podíamos ser? Fue mi sorprendente excusa para no huir; fue el pretexto perfecto para quedarme.