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Mostrando entradas de octubre, 2013

-Yo no creo en el amor.

-¿No crees?-preguntó Juliet, evitando mirarle directamente a los ojos-¿quién no cree en el amor? Nate seguía rompiendo trozos de hierba con los dedos, y también evitaba el contacto visual. -Alguien que no ha tenido nunca la necesidad de aferrarse a otro alguien, o a algo, para poder seguir adelante. Nunca he sentido que alguna parte de mi le perteneceria a nadie más que a mi mismo. Juliet rió por lo bajo. Nate esta vez sí que se giró para mirarla.  -¿Qué te hace tanta gracia?-quiso saber, frunciendo el ceño. Juliet alzó la cabeza, y las miradas de ambos se encontraron. Los ojos de ellas, marrones como la tierra, puros y limpios; los de él, verdes bosque, impregnados de libertad y furia. No tenían nada en común, y aún así, cada vez que se miraban, sentían una extraña conexión, como si se conocieran desde siempre. Era algo raro, ya que no hacía ni tres días que sus caminos se habían encontrado por primera vez. Por ello, ambos evitaban mirarse más de lo necesario. A ambos l...

Condena.

Mi razón conoce corazones que ninguna verdad podría entender. Conoce demasiados caminos sin bifurcación, demasiadas sendas sin salida. Por eso a veces, intento aparcarla en el pedacito de alma que le tengo reservado.   La razón no siempre es acertada, y tiene una fama que no merece. ¿Cuántas personas cayeron por hacer lo correcto en vez de lo que su corazón les gritaba? ¿Cuántas, se volvieron todo negro y gris porque perdieron la esperanza? También se han cometido grandes locuras por la razón, y no todas ellas desembocaron en dicha. Es cierto eso que dicen de que la felicidad se reserva sólo para los valientes, para los que se atreven a arriesgar... Pero también es cierto que todos aquellos que se arriesgan, lo hacen porque tienen algo que perder. Por ello, nunca podremos ser completamente felices mientras exista ese algo (o ese alguien) por el que seríamos capaces de entregar nuestro último suspiro, por el que seríamos capaces de recibir cualquier castigo... Porque am...

Necesidad.

Cuando despierto, lo primero que mis ojos alcanzan a ver es su rostro. Tan descansado. Tan en paz. Ni rastro de la tensión que acarreaban sus hombros horas antes, ni tampoco de aquél ceño fruncido, o de las arrugas en la comisura de la boca que siempre se le forman cuando está nervioso. Ahora, sólo existe en él la dulzura de un sueño profundo, y la calidez que me produce su cercanía. Siempre que le tengo tan cerca, me siento un poco menos sola.  Es como si de repente, el mundo se me echara encima, protegiéndome de cualquier peligro o daño, capaz se sacrificar cada segundo por todo lo que yo conformo.  Nunca podría cansarme del amor que su sola presencia me produce. Ahora se retuerce un poco entre las sábanas. Su rostro se crispa.  No puedo pensar en su sufrimiento, incluso si éste está producido por algo que no es real. Me acerco un poco más a él y le acaricio la mejilla, intentando tranquilizarle con el tacto de mi piel. Su respiración se acompasa a ...