Tengo el corazón a cachos.
Siempre pensé que cuando se rompiera yo sería la primera en saberlo. En notar las astillas, el dolor y la pérdida. En escuchar ese estruendo ensordecedor que produce un cristal al hacerse añicos.
Nunca supuse que los demás lo verían venir antes que yo.
Nunca creí que la agonía tuviese su voz y su rostro.

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Siempre he sentido una atracción irremediable hacia aquello que sabía que estaba destinado a destruirme, un gusto voraz por lo roto y lo astillado.