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Con la mirada triste, y llena de océano. Como la de quien te echa de menos incluso a distancia base, sostenida e ínfima. Ínfimos, e íntimos, como aquéllos besos vetados y sin dueño que le entregabas a otras bocas, porque de la mía te olvidabas simplemente con bajar los párpados y suspirar en la nuca de tantas otras que nunca te amarían el alma, como lo hacía yo.

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Siempre he sentido una atracción irremediable hacia aquello que sabía que estaba destinado a destruirme, un gusto voraz por lo roto y lo astillado.