miércoles, 17 de julio de 2013

El recuerdo puede llegar a consumirnos.

Nos destroza, hasta casi destruir cada cimiento, cada barrera que nos creamos a su alrededor. 
Es incluso capaz de engañarnos con la falsa creencia, de que no todo tiene porqué volver a ser como antes; de que no todo tiene porqué romperse, incluso aunque sepamos que eso es imposible.
No hay una especie de portal espacio-tiempo que nos permita deshacer lo hecho, o no sentir lo que llegamos a sentir, por muy tentador que suene.
No existe ningún mecanísmo físico que nos permita no repetir los errores que nos hicieron caer.
Pero si existen las personas que pueden evitarnos la caída, incluso sin proponérselo.
Esas personas elegidas por.. por un destino macabro a veces, pero bondandoso en ocasiones contadas.
Esas personas que, sin que te des cuenta, te hacen despertar del letargo, y querer buscar luz no sólo en el primer túnel que se presente, sino en todos los que representen obstáculos a lo largo de toda tu vida.
Esas personas, que sin planteárselo, nos salvan de la decadencia finita de una existencia triste y pesarosa.

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