Amor.
La espada clavó su aguijón,
en lo más profundo de mi pecho;
muerte en vida, sin más sonetos que blandir.
Su mirada en mis ojos clavada,
la de esa muerte eterna;
rosa plateada que abruma mi ser.
Asesino de mil demonios,
que me aplaca el corazón en ruinas;
vivo para morir en sus brazos.
Criatura etérea de semblante frágil,
que atenaza mi buen juicio;
no hay más cobijo que el de sus abrazos.
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