lunes, 27 de febrero de 2012

La primera vez que te ví, aún tenía que pedirle ayuda a mi madre para coger los botes de la despensa de la cocina. En ese momento, te vi como un chico bajito con mal genio, de pelo negro demasiado alborotado y sonrisa pícara. Totalmente odioso y cabezota. Tu forma de llamar mi atención era tirarme de la coleta, o arrojarme agua con el cubo de la playa. Realmente, te odiaba.
No dejabas de molestarme, y de decirme lo feos que eran los vestidos que tanto me gustaban y que con tanta ilusión lucía por la calle.
-Pareces una tarta de fresa rellena de merengue.
Era tu frase favorita, aunque el ingrediente estrella de la tarta podía variar.
Eras el típico niño pequeño repelente que solo sabía hacerme llorar. Llegó un momento en el que yo le dije a mi madre que no quería verte más, porque eras malo conmigo.
Ella me dijo que yo era más fuerte que tú. Que si quería, podía hacer que pararas, sin necesidad de recurrir a coscorrones ni patadas en la espinilla.
Al dia siguiente tus padres vinieron a cenar a casa, y tu y yo subimos a mi cuarto a jugar. Al principio, empecé a enseñarte mis muñecas a las que tanto aprecio tenía, y luego mis peluches, que nos observaban desde la cama con desmedida inocencia.
Entonces, cuando te miré, vi esa sonrisa tan característica tuya, que indica que vas a hacer algo estúpido (aún la sigues teniendo). Y intentaste tirarme al suelo. Yo me eché a un lado en el último momento y te observe tirado en el suelo, mientras reías con, inocente, porque no decirlo, malicia.
Me atusé la coleta en la que tanto esfuerzo había puesto mi madre, y te miré a los ojos.
Recuerdo muy bien lo que te dije.
-Nadie nunca te va a querer si sigues portándote tan mal. Nadie nunca te dará mimos ni abrazos, y tu madre dejará de leerte cuentos para dormir. Ningun chico querrá dejarte sus juguetes, y las niñas no querremos ser tus amigas, porque eres malo. Nadie nunca te va a querer ni te va a dar besitos, porque no te los vas a merecer. Porque eres un niño malo. Y ¿sabes qué? Yo ya no te junto. No quiero que juguemos más.

Aún recuerdo tus ojitos marrones observándome con desconcierto. En ese preciso momento, te pusiste a llorar y bajaste las escaleras como un rayo.
Mi madre subió corriendo a ver que había pasado. Creí que me regañaría, pero cuando le conté entre balbuceos lo que había pasado, me dio un abrazo grande.
-Esta es mi chica.

Pasaron varios días hasta la siguiente vez que te ví. Era el cumpleaños de una de nuestras amigas, y había que ir vestidos de principes y princesas. Yo estaba demasiado emocionada como para articular palabra. Mi vestido era totalmente mágico. Al mirarme al espejo, solo podía ver brillitos por doquier, y mi madre se las había ingeniado para hacerme una corona casera con algunos pasadores de pelo y brillantitos sueltos de pulseras y collares. Realmente, parecía una princesa.
Cuando llegué a la fiesta, mamá me dejó en una sillita cercana al salón. A mi lado, habías más niñas de mi edad, jugueteando con sus vestidos, y también algunos niños, tirándose unos a otros de las pajaritas y jugando con las espadas de plástico.
 Y entonces te vi. Estabas realmente bonito. Tu madre se las había ingeniado para conseguirte uno de los mejores trajes de principito. Tu pelo estaba más o menos arreglado, y tus manos, a diferencia de otros días, estaban realmente quietas, a un lado y otro del costado.
Tu carita, sin embargo, reflejaba algo que nunca te había visto sentir: tristeza.
Estabas solito, en medio de la "pista de baile" (que en realidad era fruto de haber movido los sillones y los muebles del salón a las esquinas), y ningún niño se acercaba a tí.
En contra de lo que realmente debía hacer, me levante y fui medio correteando hacia donde estabas tú. Cuando me viste, tus orejitas se tornaron de un rojo rosáceo de los mas tierno. Instintivamente, te sonreí.

-Hola :)
-..Hola
-¿Estás solito?
-Si. Ningún niño quiere jugar conmigo.. y las niñas me dicen que soy malo..como me dijiste tu
Recuerdo que te miré, y sentí lástimas. Porque tus ojitos denotaban una tristeza inmensa. De verdad estabas dolido. Me acerqué un poquito más a ti, y saqué del improvisado bolsillo que había en mi vestido, el yoyó que mamá me había regalado días antes por aprobar el primer trimestre.
Te lo ofreci con una sonrisa.
-Puedes jugar con el si quieres.
Tu me miraste con tus ojillos abiertos como platos.
-¿De verdad que puedo? =D
Asentí con la cabeza y esperé a que lo cogieras. Se te alegró la cara enseguida. Me miraste, y por primera vez desde que te conocí, me dedicaste no una sonrisa pícara, sino una sonrisa proveniente de los más hondo de tu ser. Del corazón.
Entonces sentí como me empujaban con delicadeza hacia tí, y como hacían lo mismo contigo. Guardaste el yoyó en tu bolsillo y me cogiste de la manita.
-Ahora, hay que bailar-dijo entonces mamá, sonriente.
Te miré y te sonreí, divertida ante la espectativa de mi primer baile fuera del colegio.
Tu también me mirabas, con esa sonrisa tan verdadera aún dibujada en tu boca.
La musica empezó a sonar. Era una de esas que les gustaba a los mayores y a nosotros nos aburría tanto, pero creo que nos daba igual la música, ¿verdad?
-¿Jugarás conmigo?-me preguntaste entonces, mientras nuestros torpes pies daban tumbos en el suelo.
Riendo, me acerqué un poquito más a ti y te di un beso en la mejilla.
-Siempre.

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Tu, y yo. El mundo no importa.
Te amé desde ese primer baile, y nunca, te lo prometo, dejaré de hacerlo.

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