Le encantaba la forma

en la que él la acunaba entre sus brazos, como si no pudiese existir algo tan bello. Sus besos eran delicados, pero a la vez llenos de sentimientos desatados en una aureóla interna de pasión desenfrenada.
El aroma a te amaré hasta el final de los tiempo impregnaba sus particular refugio, y sus manos, acariciantes, no podían dejar de recorrer sus rostro hasta casi desdibujarlo en el aire.

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Siempre he sentido una atracción irremediable hacia aquello que sabía que estaba destinado a destruirme, un gusto voraz por lo roto y lo astillado.