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Cuando te encuentre.

Cuando al fin llegue ese momento, no necesitaré máscaras, ni dobleces, ni un telón. Cuando al fin llegue(s), mi vida será tan sencilla que dejaré de pensar desde el dolor, la agonía y la pérdida. Por fin experimentaré aquello que, por ahora, sólo conozco de oídas, de idas y venidas, de sonetos, de poesías... Cuando al fin llegue, se acabará. Y será el final más epico de la historia de los finales, ¿sabes por qué? Porque será el inicio de todo.

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Tengo una sensación de no pertenencia constante, de estar viviendo una vida que no es mía. Me encuentro observando el rompecabezas de mi realidad desde un rincón oscuro lleno de incertidumbre y aspereza, esperando, quizás, esa señal que me indique que todo esto no es más que un mal sueño. Pero no. Estoy demasiado despierta, y es precisamente esa lucidez la que me está aniquilando. Me atropellan los recuerdos, lo que acontece y lo que vendrá, y es esa ansiedad desmedida la que hace que todos mis sentidos entren en modo supervivencia. Me aterra pensar que va a ser así siempre, mi yo que quiere vivir enfrentado en una lucha encarnizada con el yo que quiere rendirse, porque siendo sincera, no sé cual de ellos ganaría.

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Supongo que nuestra historia comenzó conmigo ya decidida a marcharse, pero sin encontrar una salida lo suficientemente duradera para no volver; porque seamos sinceros: yo ansiaba volver.  Deseaba con todas y cada una de mis terminaciones nerviosas volver a ese páramo hastío disfrazado de amor, y aún así, también anhelaba marcharme de allí sin dejar rastro, no volver a ver tus ojos del color de la zinnia que me instaban a necesitarte cuando lo único que hacían era robarme toda la luz. Te juro que nunca sabré por qué me elegiste, por qué decidiste que yo tendría que luchar a muerte contra la negrura, la soledad y la duda. Yo no era el motivo de tu oscuridad. Era la cura.  A veces me descubro pensando en ti incluso cuando no quiero, incluso cuando pensarte es un recordatorio constante de que el infierno habita en la tierra y que los demonios sí que pueden tener alma. Es descorazonador saber que entregué todo el amor que tenía a una persona que no supo que hacer con el.

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 Aún recuerdo esos tiempos en los que 'aceptamos el amor que creemos merecer' era mi mantra, una forma de decirme a mi misma que todo estaba bien. No podría haber estado más equivocada. No. No aceptamos el amor que creemos merecer. No lo hacemos, porque yo creo que merezco un amor que arrase, que destruya muros, que provoque caos y calma al mismo tiempo, que haga de las vulnerabilidades , fortalezas; que me haga florecer. Y sin embargo, he aceptado migajas, rastrojos; he aceptado las ruinas de lo que creía que era el amor para darme de bruces con una realidad que me revuelve el estómago: no sé si alguna vez me han querido como me merezco.

He construido un muro tan alto para protegerme del dolor que ni siquiera yo soy capaz de saltarlo.

 Porque a veces necesito recordarme que no me hace débil reconocer que sí que sufro.  Estoy cansada de mostrarle al mundo que puedo ser lo que quiera, porque la realidad es que no sé lo que soy.  La cáscara está vacía. La máscara en el suelo. El dolor, aquí.

Siempre he sentido una atracción irremediable hacia aquello que sabía que estaba destinado a destruirme, un gusto voraz por lo roto y lo astillado.

Por eso no me sorprendió acabar enamorándome de él. No hubo destino lo suficientemente esquivo capaz de evitar que mis heridas no acabaran encontrando un lugar donde san(gr)ar. Supongo que, de forma no irónica, el universo conspiró para que nuestras almas chocaran la una con la otra, esparciendo nuestro dolor por aquellos abismos a los que antes habíamos llamado hogar.

Rebirthing

 El principio de todo lo que conozco se quedó pequeño cuando empezaste a existir. Cuando tú descubriste mi mundo, o él te descubrió a ti. Vagué de vacío en vacío sin pensar en las consecuencias de todo lo que guardaba dentro; viví mentiras y desoí verdades pensando que aquello me curaría; conocí nieblas y sombras y confíe en sus promesas, aún cuando sabía que todo aquello me conducía de lleno a una trampa sin retorno. Pero entonces, desperté. Sin finales. Sin túneles. Tu luz no me cegó. Me salvó. Y ahora siento que soy invencible. Insondable. Me reflejo en los ojos del miedo, iridiscente. Y no dejaré que ningún abismo, por más oscuro que sea, vuelva a cambiar eso.